Muchos negocios en la economía digital se estructuran en torno a lo que denominamos plataformas digitales. Apple, Google, Amazon y Facebook son plataformas, y hasta el 70% de los nuevos unicornios, con Uber a la cabeza, también. En EE UU y Asia los negocios basados en plataformas representan una parte sustancial de la nueva economía digital. Europa, sorprendentemente, contribuye solo un 4% a la capitalización total de estas plataformas globales.
Es evidente que algo debemos hacer si queremos que Europa aproveche lo que aún está por venir en la economía digital, que es mucho. Así lo entiende la CE, que ha publicado recientemente dos comunicaciones sobre los retos y oportunidades que las plataformas digitales representan para el mercado único europeo; y sobre la denominada economía colaborativa.
¿Qué son las plataformas digitales, qué las hace tan singulares y qué problema tiene Europa con ellas? Las plataformas no son algo nuevo. Un club creado para facilitar el encuentro e intercambio de servicios entre socios es una plataforma. Visa o MasterCard son plataformas que hacen posible los pagos entre compradores y comercios. El viejo modelo de la prensa escrita es una plataforma que ofrece a los anunciantes lectores interesados en los contenidos publicados.
Lo que sí es nuevo es la capacidad y la capilaridad que las tecnologías de la información y las comunicaciones aportan al desarrollo de estos negocios. Tal vez por ello, el concepto de plataforma está hoy tan íntimamente asociado a la tecnología. Las tecnologías digitales proporcionan los datos sobre los que construir interacciones y permiten llegar a un mayor número de agentes de un modo casi instantáneo y a un coste marginal ínfimo.
Dominar la tecnología es vital, y Europa dedica esfuerzo mediante su programa de I+D –en la actualidad, Horizonte 2020–, pero la razón última del éxito o fracaso de una plataforma es económica. Mediante las plataformas se crean lo que los economistas denominan mercados de múltiples lados, en los que diferentes tipos de agente intercambian servicios. La multiplicidad de agentes y la variedad de las interacciones hace que a menudo nos refiramos a ellos como ecosistemas. Es el caso de los creados en torno a los sistemas operativos móviles Android o iOS, en los que confluyen fabricantes de dispositivos, operadores, desarrolladores de aplicaciones, medios y anunciantes. Este tipo de mercados exhiben efectos o externalidades de red: el valor del servicio que percibe cada participante, crece con el número de usuarios de los otros tipos o del total. Esta economía de escala por el lado de la demanda genera dinámicas competitivas complejas. A menudo se ilustra la dificultad de crear un ecosistema destacando lo difícil que debió ser vender el primer teléfono cuando todavía nadie tenía otro con el que poder hablar. De la misma manera, ¡qué difícil resulta sustraerse hoy a Facebook o Linkedin cuando ya todo el mundo está ahí!
Si el tamaño es esencial, es evidente que Europa ofrece un potencial inmenso. Más de 500 millones de potenciales productores y consumidores son una base impresionante sobre la que construir nuestras plataformas digitales. Pero también es evidente la existencia de barreras que rompen ese mercado único potencial. Con todo, la fragmentación del mercado no es el único problema. El verdadero quid de la cuestión es la disrupción que las nuevas plataformas digitales traen para muchos negocios establecidos. Y aquí entramos en un terreno muy resbaladizo.
En la UE tenemos muy claro que el cumplimiento de las normas es esencial para asegurar que todos los agentes compiten en condiciones de igualdad y generar la confianza que sustenta el mercado. Pero, ¿qué hacer cuando un nuevo actor pretende abordar un mercado establecido con un nuevo modelo de negocio y usando tecnologías que hacen obsoletas las reglas establecidas? Esta pregunta es ahora mismo la clave para el desarrollo de la economía colaborativa, pero las recomendaciones y principios de las disposiciones comunitarias –responsabilidad, equidad, confianza, apertura– no dan una respuesta concluyente. ¿Debemos forzar las reglas existentes, lo que impedirá crear nuevos negocios o incluso que estos lleguen a Europa? ¿O debemos relajar o cambiar nuestras reglas para favorecer los nuevos negocios, introduciendo nuevos competidores que en muchos casos cambiarán drásticamente la dinámica de sectores e industrias? ¿Es inevitable un sacrificio?
Por ejemplo, Uber ha marcado un camino hacia el futuro de la movilidad que será difícil no seguir: la compartición de los vehículos. Los beneficios potenciales son múltiples: para los usuarios, para los nuevos potenciales conductores, para el medio ambiente, para descongestionar las ciudades, etc.
Ahora bien, permitir Uber significa revisar las reglas de concesiones de licencias de transporte de personas, que a su vez significa destruir las rentas del monopolio que creaba la limitación en el número de licencias. Permitir Uber significa replantearse las reglas y fronteras que definen el trabajo por cuenta ajena y la subcontratación. Cambiar todo esto, y hacerlo con equidad, sin que nadie pierda nada, puede que sea imposible. No hacerlo significará condenar Europa al ostracismo digital.
El dilema no es exclusivo de Uber y la movilidad. Es Airbnb y la industria hotelera. Son plataformas como Instacart o Delivery Hero y el negocio de la distribución. Son nuevas propuestas que combinan el internet de las cosas, con los servicios que ofrecen aseguradoras. Es blockchain como nuevo motor de confianza entre agentes desconocidos, y las nuevas propuestas fintech. Y serán muchos de los servicios que aguardan para transformar nuestras ciudades en ese sueño (o pesadilla) que hemos dado en llamar smart cities y el futuro de la transformación de la industria.
Las plataformas digitales nos permiten crear nuevos y mejores servicios, que utilizan los recursos a menudo escasos de una manera más eficiente, y que pueden llegar a más usuarios y soportar a más proveedores, mejorando la productividad y creando más riqueza. Liberar este potencial requiere de un conocimiento detallado de los mercados, la tecnología y una regulación inteligente. Pero en una economía global no podemos mirar solo nuestro entorno cercano, aunque sea tan grande y tan poderoso como Europa.
Ganar la batalla de las plataformas, o al menos continuar en la partida, va a requerir sobre todo visión y determinación, quizás los necesarios para sacrificar alguna pieza, como en el ajedrez. Va a necesitar de ese liderazgo del que hablamos tan a menudo, y que puede estarnos faltando en Europa. Y en un momento marcado por una vuelta atrás en la construcción europea como es el brexit, ¿quién asumirá este liderazgo?
Francisco J. Jariego / Totti Könnölä son Miembro del IFI Innovation Council /CEO de Insight Foresight Institute (IFI), respectivamente.